(“El guardián del puente de los suspiros” Tamayo)
Ya no sufro.
Doblo cuidadoso el tiempo
que me han cedido
lápices y papeles.
Soy un lar -ropa cómoda,
chimenea, zapatillas-
vigilando los secretos
movimientos de un alma
tan desbastada
que es omisa, expuesta,
diana.
También decidí
electrificar los márgenes
de estos pagos comunales,
virtuales pastores
no soldados,
cuidan de mi pecho en intemperie.
No soy más feliz,
solo conseguí que los cometas
llevasen en sus colas
las cartas que nunca llegaron.
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